Escribir sobre Steven Wilson sin conocerlo es un acto arriesgado y provocador. Tenerlo enfrente y ser parte de un público entregado, extasiado, excitado e hipnotizado por ese rubiecito británico de apariencia dócil y grácil, un jueves más de abril en un recinto tan poco habituado a este tipo de experiencias en vivo como el Teatro de Flores es para paladear, gozar y agradecer.
Agradecer a Icarus por jugarse a traer a un músico de culto como el líder de los Porcupine Tree cuya respuesta de público cumplió quizá las expectativas (he visto al Teatro muy raleado ante ofertas de renombre y difundidas) de la productora que lo trajo a la Argentina para que el mentor de grupos como King Crimson, de Robert Fripp, Porcupine Tree, Opeth, Anathema y Orphaned, por nombrar algunos desembarque aquí junto a su segundo disco "Grace for drowning" y nos regale perlas del anterior “Insurgentes”.
A las 21 en punto la expectativa cede ante el lienzo que cubre el escenario y que por detrás asoman ese sexteto de virtuosos progresivos comandados por el mencionado Wilson que, arriesgo y provoco,A la postre se convertirá en uno de los shows del 2012 del que habrá algunas imágenes y casi ningún video online ya que persistentes láser verdes, por orden del managerato de la banda, conminaban a deponer la actitud a quien osara registrar esa maravilla que estaba viendo y oyendo.
Es que aunque sin registro posterior, lo visto, oído, percibido y gozado durante poco más de horas (generoso Wilson en tiempos de show de una hora y cuarto palo y palo y a la bolsa) quedará en las retina del casi millar que se dio cita en el Teatro de Flores no afecto a este tipo de presentaciones salvo en el recital de febrero de los góticos holandeses Whitin Temptation que también fueron proyectando lo que tocaban y cantaban.
Presentaciones que sí necesita Wilson, desconocido para las mayorías (término vago pero también preciso) porque su labor creativa no está en boca de millones ni en oídos de centenares y que recién a las 21.29 se presentó ante la audiencia con algo de timidez y revelando que venía de haber tenido un accidente doméstico en el dedo gordo de uno de sus pies y que le había salido “mucha sangre” y que si necesitábamos sangre el tenía para ofrecer.
Y a tracción de esa sangre progresiva, climática, colgada, caótica y antológica acá está Wilson, frente a nosotros mientras se suceden los temas de “Insurgentes” y la más reciente "Grace for drowning", esas maravillas progresivas que van a de la calma, a la tensión, de la furia a la atención; de la hipnosis paladeante que linkean con King Crimson, Pink Floyd, algunos pasajes de los deahtprog Opeth, climas Radiohead que se desatan y replican en imágenes proyectadas que se ciernen sobre el mencionado lienzo que cubre el escenario hasta que cae de una vez ante un público ya rendido a sus pies.
Díficil y hasta innecesario resumir en palabras sonidos, imágenes, aptitudes, instrumentaciones de una calidad superlativa surgida del cráneo reposado, candente y creativo de Wilson, que por algo, por esto que vino a mostrar al país, fue dos veces nominado al Grammy.
Por eso el “olé olé olé Wilsoon Wilsoon” de ese público heterogéneo que fue detrás del genio, que algunos estábamos descubriendo, ataviados en linqueras remeras de Opeth, Dream Theater, Rush, Peter Gabriel, Tool que explotaron con “Harmony Korine” junto a Remainder The Black Dog puntos cúlmine de la noche con esas imágenes que devolvía el fondo del escenario, ese donde con una maestría para rendirle pleitesía Wilson, que va del teclado a la guitarra y acompaña sones y ecos con la gracilidad de sus manos, es sostenido por Steve Hackett en guitarras, Theo Davis en flauta, el monumental bajista y de simpáticas trencitas blancas Nick Beggs y el otro Nic sin k final, France, un pulpo cuando el clima musical lo requería desde la batería.
Y a las dos horas del memorable e inolvidable primer contacto de Wilson con sus fans argentinos, cuando ya habían sonado ‘Remainder The Black Dog’, la bellísima ‘Postcard’, ‘Raider Prelude’ y ‘Remainder The Black Dog’, la despedida y el clamor de una más y no jodemos más.
Y la vuelta de Wilson aclarando que no hay más, que se nos acabaron las canciones y que bueno, que mejor cierre que agarrar la acústica y pelar un tema de Porcupine Tree, que no me pidan el nombre porque empecé aclarándoles que escribir sobre Steven Wilson sin conocerlo es un acto arriesgado y provocador.
Arriesgo a que no haber estado en Rivadavia al 7800 la noche del jueves 19 de abril entre las 21 y las 23.05 es un pecado, pecado que, provoco, sólo podrá ser redimido en parte cuando Steven Wilson se pegue otra vuelta por Buenos Aires con esta banda o porque no con los Porcupine Tree..
Ya lo estamos extrañando. Y atención productores: se lo estamos demandando.
Por Sergio Corpacci
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